Cuando volvió a mirarlo ya no era su hijo. Y eso que el bebé atacaba la tetina con el mismo ímpetu, tragaba leche como si le fuera la vida en ello (que le iba) y hacía ruiditos similares. Sin embargo, tenía cara de apellidarse Domenech, Fonts, Castillo o algún otro nombre leído en Twitter (no sabía tampoco a qué se debía esa tendencia hacia la filiación catalana), no su mismo apellido.
Miró a su mujer para ver si había advertido el cambio, pero estaba vuelta de espaldas y ocupada en otras cosas, ajena a la circunstancia imposible del trueque de bebés. Las cuatro de la mañana. A pesar de lo ocurrido seguía teniendo sueño; el incidente no había conseguido despertarlo del todo.
Cuando por fin sonó la deseada expulsión del aire dañino, el hombre decidió acostar al niño en su cuna, esperando que mientras se invirtiera la transformación sufrida. Cundo se giró para volver a la cama, se encontró de frente con la mujer, que se dirigía hacia la cuna. Se encogió imperceptiblemente, temeroso de su reacción ante el previsible descubrimiento.
- ¡Qué cielo es! ¡Ya está dormido!
- ¿Sí?
- ¡Como un bendito!
Una vez en la cama, el hombre estiró las piernas y se arropó. Obviamente, la toma de la noche era la más cansada de todas.
2 comentarios:
Felicidades por tu precioso post tan delicado y bonito. Eres un gran poeta. Seguro que llegará a muchos lectores.
Gracias por la dedicatoria me ha gustado mucho todo un detalle por tu parte! Me ha emocionado
Felicidades por tu precioso post tan delicado y bonito. Eres un gran poeta. Seguro que llegará a muchos lectores.
Gracias por la dedicatoria me ha gustado mucho todo un detalle por tu parte! Me ha emocionado
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